Cada tarde, Markus volvía a casa a las siete y cuarto. Se sabía de memoria los horarios del tren de cercanías y tenía la impresión de ser amigo de aquellos desconocidos con los que se cruzaba cada día. No era desgraciado con esa vida cotidiana… Pero esa tarde tenía ganas de gritar, de contar ida a todo el mundo. Su vida con los labios de Nathalie sobre los suyos. Quería volverse loco…