"Por todos los Poderes de la Luz, ¡No había encontrado un mortal tan tozudo como tú en milenios! Ignoras mis sueños, me obligas a recurrir a majaderos... ¡incluso discutiste con mi hermana cara a cara! ¡¿No puede entrarte en tu dura cabezota que es tu misma cabezonería, tu rechazo a hacer cualquier cosa que tú no creas que es correcta, lo que te hace tan importante?!"
Bahzell Bahnakson, del clan de los ladrones de caballos no es un caballero en reluciente armadura. Es un hradani, una raza famosa por sus incontenibles accesos de furia, su ansia de sangre y su reconocida incapacidad para mantener una conducta civilizada. Ninguna de las demás cinco razas humanoides soportan a los hradani, por lo que su presencia entre ellos no es bien tolerada. Por si fuera poco, además de las cuestiones raciales, Bahzell tiene sus propios problemas; una muchacha herida a la que cuidar y un príncipe vengativo que ha puesto precio a su cabeza. A él no le gusta mezclarse en los problemas de los demás, así que la idea de entrar en los planes del mismísimo Dios de la guerra le resulta como mínimo inverosimil. Así pues, ¿por qué acaba a miles de leguas de su hogar, metido hasta el cuello en intrigas políticas y rodeador de asesinos, demonios, adivinos, hechiceros malvados, hechiceros bondadosos, dioses oscuros, dioses del bien, terratenientes codiciosos y lo peor de cada casa? Por culpa del Dios de la guerra.