Robert E. Howard puede que no fuera el creador de la fantasía heroica, pero, sin meternos en profundidades que no vienen al caso, sí fue su representante más importante, al menos en lo que se refiere a las primeras décadas del pasado siglo. Sus personajes recorrieron los mundos perdidos de la Antigüedad sin freno ni sostén, luchando a brazo partido contra magos, hechiceros, soldados y monstruos, demostrando, de una vez y para siempre, el viejo proverbio que nos recuerda que, si algo sangra, puede morir. Kull, rey de un mítico continente perdido en las brumas del ayer, es un personaje soñador y taciturno, violento y salvaje, solitario y noble que, buscando su sueño, consiguió una corona que, a toda costa, quiere conservar enfrentándose a toda clase de enemigos. En el texto de Jacques Bergier que prologa el presente volumen, éste nos recuerda: "Conan, naturalmente, no es el único personaje creado por Howard. Entre los demás, hay que citar, en primer lugar, al rey Kull, que habitó en la Atlántida en un período lejano y anterior a la Edad Hiboria. Kull es también anterior a
Conan en la obra de Howard. Los mejores cuentos concernientes a Kull aparecieron en 1929, mientras que los cuentos de
Conan comenzaron a aparecer en 1932. Kull tiene problemas distintos a los de
Conan: mientras que
Conan casi siempre se enfrenta a adversarios humanos, aunque sean magos, Kull reina sobre una población donde una antigua raza no definida, disfrazada como seres humanos, aún sobrevive. Los mejores relatos de Kull son notables y su estilo, quizá, sea incluso mejor que el que tienen los de
Conan. Los poemas de Kull son igualmente hermosos.[...]En total hay doce textos, todos notables, y dos excepcionales ". Eso, en opinión de Bergier. En la nuestra, todos los relatos de este volumen son magistrales.