Rilke escribió una vez: «Mi destino es no tener destino». Pero hay un momento decisivo en su vida cuando, en 1919, acabada la guerra y desec ho el Imperio austrohúngaro, el poeta, apátrida de corazón, se convier te también en apátrida para la sociedad. La cosmopolita ciudad de Zúri ch le salvará entonces, devolviéndole su voz poética. Con su exuberanc ia será el polo opuesto de su vivencia de la severa Toledo (narrada po r el autor en Rilke en Toledo). Al final de sus días, se instalará en el torreón de Muzot, que le devolverá el recuerdo del paisaje castella no.
Producto Siguiente
Obras completas III |