Aunque no lo parezca el ministerio de cultura reconoció mi maestría dándome un puesto de funcionario.
A la hora de elegir los retratos reales, el soberano prefería los míos. Todos mis colegas pintores se morían de celos.
Un día fui a una casa de cortesanas y encontré a una que me hizo querer pintar su belleza. La retraté desnuda.
Los otros pintores que me envidiaban me denunciaron al rey. Al final, me echaron de palacio.