El fenómeno «judeo-cristiano» como coexistencia de culturas religiosas tuvo dos manifestaciones: primero,con los judíos conversos al cristianismo que continuaban observando sus ritos y situaban sus creencias en el contexto exclusivo del Antiguo Testamento; más tarde, en los siglos vi y vii, cuando el poder civil, en nombre de la religión de Estado, obligó a los judíos a convertirse al cristianismo.
Si al principio el cristianismo fue deudor de las convicciones del judaísmo del primer siglo de nuestra era, toda su historia posterior es la de un fruto desgajado de esa rama que lo sostenía. Su voluntad de distinguirse del judaísmo toma dos vías: con la alegoría, se apropia del libro del judaísmo, el Antiguo Testamento, al considerarlo precursor y justificación del Nuevo; con la formulación dogmática, la Iglesia presenta al eventual creyente una serie de creencias que este deberá aceptar, proponiéndole de entrada la «conversión» a un nuevo orden de realidades.
Judaísmo y cristianismo no forman un todo porque ambas religiones son exteriores una con respecto a la otra, aunque la segunda siga de cerca a la primera: se codean pero no se confunden. Javier Teixidor examina su relación mutua y sus divergencias en determinados momentos de la historia, no solo lo que fueron en los primeros siglos, sino, sobre todo, lo que representaron más tarde en las épocas moderna y contemporánea, prestando especial atención a la cuestión del antisemitismo. Recurre así a la obra de pensadores y escritores como Moses Mendelssohn, Franz Rosenzweig, Marcel Proust o Hannah Arendt.
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