Las personas tenemos alma y nuestras ciudades también. Como en los buenos vinos, el alma de esas ciudades gana con el tiempo. Por eso, es más fácil aprehenderla en las urbes antiguas, sedimentadas de historias y aconteceres. Es el caso de Granada y su alma profunda, íntima, hermosa, discreta y sabia. Como sustancia metafísica que es, se nos antoja materia de eternidad, y desde ella llegamos al porqué de esta Granada, ciudad eterna.