A las siete de la mañana del 24 de noviembre de 1902, dos peones camineros encontraron cerca de Mazarete (Guadalajara) el cuerpo sin vida de Guillermo García, el aceitero de Mantiel, con un tiro en el pecho. A partir de ese momento, una cadena de graves errores judiciales acabó condenando a muerte por garrote vil a dos vecinos inocentes del pueblo. El informe de un catedrático de Medicina Legal y la intervención de destacados dirigentes de la República, como Melquiades Álvarez y Gumersindo de Azcárate, logró imponer la razón tras un largo proceso apoyado por la mayoría de los periódicos de la época. A la manera de Leonardo Sciascia, José Esteban, reconstruye los hechos en una novela que denuncia la arbitrariedad de la Justicia y su fragante impunidad ante la indefensión de los ciudadanos.
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