Fallos de Raccord no cuenta la historia de un joven estudiante que regresa a su casa de Los Angeles para pasar las vacaciones entre líneas de coca, novelas cyberpunk, sesiones de autoerotismo y mañanas de sábados repletas de dibujos animados.
Si contase alguna historia sería una llena de ruido y de furia. Una en la que se pueda leer en la contraportada algo así como: poco imaginaban los Nicholson que su hijo llegaría a ganarse la vida en el competitivo circuito de conferenciantes especializados en gestión de empresas. Si uno de los supervivientes de la tragedia de los Andes se dedicaba a realizar conferencias sobre trabajar en equipo con el aval de su experiencia organizativa en un glaciar a 3.500 metros de altura, ¿por qué no iba a dedicarse a lo mismo un emprendedor sobreviviente del Huracán Katrina que responde al nombre de Nicholas Nicholson? Pero las cosas no acaban de funcionar para Nicholas Nicholson, aún sigue padeciendo el extraño trastorno, habilidad, oscuro secreto, monstruosidad, semi-poder indefinible que le atormenta desde la infancia y que le ha perjudicado en su relación con la conocida actriz Emily Walser pero que, en cambio, le ha servido para librarse de la amenaza que representaba un killer contratado por una organización mafiosa con la que había sufrido un malentendido. Fallos de raccord podría ser una historia llena de ruido y de furia contada por un idiota que aprendió a narrar en base a una lectura desordenada de tebeos de saldo, de colecciones de cómics incompletas. Podría ser.