Contados son los momentos en que la bolita permanece inmóvil. Excepto cuando queda detenida en el charco, está casi siempre cambiando de lugar gracias a esa dulce pendiente que es la ciudad y que la va llevando, salvo accidente o encuentro intempestivo, hacia los barrios y calles del sur en busca del mar, del que nunca oyó hablar.
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