Este hermoso texto conforma, antes que un relato al uso, un canto de amor a un espacio concreto: Cabo de Gata, Cerro Negro, Las Negras y su gente. Al igual que hiciera Juan Ramón Jiménez con su Platero, Carmen Morón toma por testigo y confidente de sus vitalistas afectos al macizo y oscuro peñón a cuya fascinación se rindió apenas descubrió la comarca, dando alas a la expresión de un sentir que ha sabido felizmente reflejar sin aderezos estilísticos, desde el ingenuo lirismo y la autenticidad coloquial inherentes al alma popular.
Producto anterior La noche que no tenía final |
Producto Siguiente
Medea, Safo, Antígona : tres piezas dramáticas |