EN SANTIAGO, todo comenzó muy probablemente en torno al 814-830. La Península Ibérica había sufrido un siglo antes la invasión árabe y solo el norte resistía a los nuevos dominadores. En un recóndito extremo del reino astur, donde se concentra la resistencia contra los enemigos musulmanes, se encuentra un antiguo sepulcro. La noticia corre por el reino y fuera de él, y pronto se identifica esta tumba con la del Apóstol Santiago, que, según la tradición, había venido a Hispania a predicar el evangelio. Muy rápidamente el lugar, en el que se construye una pequeña iglesia al estilo de las prerrománicas asturianas, se convierte en un centro de peregrinación para un número cada vez mayor de fieles.