Un paseo por la obra de Alfred Hitchcock a partir de la relación que estableció con las mujeres que trabajaron con él.
Hace casi treinta años que Alfred Hitchcock nos dejó, pero sus admiradores no lo han olvidado. Al contrario, algunos lo veneran como parte de una leyenda y otros ven en él a un afectuoso caballero, muy parecido a uno de esos excéntricos abuelos que cuentan historias a los nietos antes de dormir. Pocos conocieron su verdadera naturaleza, y casi nadie se atrevió nunca a hacerle preguntas incómodas: los actores y las actrices que actuaron en sus películas bastante tenían con haber sido elegidos por el gran maestro. Ahora Donald Spoto nos propone un paseo por la obra del director británico a partir de la relación que estableció con las mujeres que trabajaron con él, y lo que aflora es el retrato de un hombre capaz de perseguir a Tippi Hedren y declarar al mismo tiempo que en su matrimonio con Alma Reville no había prácticamente sexo. Un director obsesionado por las mujeres rubias y frías, empezando por Madeleine Carroll y siguiendo con Ingrid Bergman, Grace Kelly y Kim Novak. Un profesional que probablemente hoy sería denunciado por acoso sexual en el trabajo, ya que se valía de su autoridad para maltratar a sus actrices si consideraba que lo habían «traicionado», como Vera Miles al quedar embarazada durante un rodaje, o Doris Day, que por lo visto no se entregó a su papel como el director le exigía. Y, finalmente, un hombre brillante, excepcional en muchos sentidos, pero que con el paso de los años se quedó sumido en una profunda soledad y una vejez patética. patética. Las damas de Hitchcock anda con elegancia por la cara oscura de la vida de un genio y es un magnífico tributo a unas mujeres que pusieron todo su talento al servicio de un hombre difícil de complacer.