La vida importa poco.
La única parte que merece la pena es aquella que satisface los instintos.
Al menos para el protagonista de esta novela.
Carlos. Un personaje duro que no siente el más mínimo ápice de empatía por lo que le rodea.
La violencia es una herramienta. La sangre, una consecuencia. El sexo es una de las pocas salidas. El alcohol y las drogas, los vehículos en los que poder alcanzarlas.
No hay reglas ni sentimientos. Tan sólo un puñado de recuerdos que se empeñan una y otra vez en salir a flote para recordarnos que en el pasado éramos muy distintos. O quizás no tanto.
Memorias del cementerio es una historia de sexo, violencia y rock’n’roll, donde el amor resulta un mero recuerdo y un anhelo.
Los demás no existen; sus problemas, tampoco. En caso de que los haya, como dice Carlos, yo me ocupo.