En El exceso-la fábrica Leslie Kaplan no tiene en absoluto la intención de describir la fábrica, menos aún a la manera del naturalismo de Zola, sino la de escribir la fábrica. Volverla real mediante la escritura, con el objeto de que el lector, al leer, entre literalmente en ella. Ponerla frente a él de manera que éste sienta su inhospitalidad. Por eso, le hurta las imágenes y sólo le muestra objetos, a los que se exige mirar. Escribir la fábrica es hacer sensibles estos objetos. Inhóspita también porque ahí no hay nadie definido, ya que el sujeto de la acción no es ni un «yo» ni (en la fábrica donde sólo trabajan mujeres) un «ella», sino «una», pronombre indefinido y no numeral, indefinido y no personal: sujeto impersonal que se mueve en ese espacio sin límites. Escribir la fábrica es despersonalizar ese sujeto.
Su primera línea presenta «la gran fábrica universo, la que respira por ti», mundo («el» mundo) a la vez infinitamente cerrado e infinita-mente fragmentado, donde se está siempre en lo mismo y del que no se sale: nadie sale de allí donde siempre se está entrando o donde siempre se está dentro. No hay afuera de ese universo y eso es el infierno que sin disimularlo contiene El exceso-la fábrica, relato compuesto exactamente por nueve círculos y donde casi en cada línea de una escritura que deja que incluso los blancos se expresen parece resonar la recomendación de Dante: «abandonad toda esperanza».
¿Por qué el exceso hablando de la fábrica? ¿Qué une el exceso a la fábrica? El exceso lo introduce la voluntad de escribir. Porque el escribir la fábrica excede el trabajo y cualquier clase de acción, impugnándolos, produciendo paradójica-mente un lugar excesivo creado a partir de decir: «no hay afuera». Con respecto a la fábrica, El exceso-la fábrica pone (escribe) una palabra que está de más. Escribir la fábrica permite situarse en esa demasía, en ese exceso con respecto a lo vivido, generar una especie de sobre-vida (también una clase de muerte). Escribir, al fin, es sobrevivir. Escribir es excesivo.