Cuando nació el pequeño Severo, nadie en su familia apostó a que viviría mucho tiempo.
Sin embargo, gracias a los buenos cuidados, la inteligencia y el empeño de su madre, y al coraje y la alegría que demostraba cada día el niño, no solo fue capaz de recuperarse sino que logró levantarse después de cada una de las zancadillas que la vida le fue poniendo.
Y tal era la fuerza con que se recuperaba de ellas que alcanzó el sueño de su vida: el premio Nobel.