Oscuridad, sombras, silencio, enfermedad, lápida, otoño, soledad, vértigo, sima, intemperie, noche, ausencia, olvido... son palabras grabadas a fuego en los títulos de estos poemas, donde el eco
del existir confluye en una orfandad sin fisuras cuando se transmuta en sombra cegadora que nos abrasa al desnudar la máscara inclemente de los días. [...] Todo poema, nos recuerda Eliot, encierra un epitafio. El humo de los labios constituye un proceloso y demorado epitafio que a lo largo de tres ríos desemboca en ese delgado aforismo que los contiene, como la muerte alberga toda la compasión que no supo concedernos el tiempo. Ahora el lector tiene la palabra para sumergirse o elevarse en estos versos que no venden humo, que no son humo. Porque unos labios dicen.