Marco Corvino salió del palacio presa de sudores fríos. Después de todo el asunto de las cenizas de Ovidio, lo último que esperaba era una petición de ayuda de la familia imperial. Pero así había sido: Livia, madre del emperador Tiberio y sin duda la mujer más poderosa del Imperio, le había convocado. Y nada menos que para encomendarle la investigación de La muerte de Germánico, que antes de su asesinato había sido heredero de la púrpura y brillante héroe militar de Roma. Eso era suficiente para destrozar los nervios del hombre más templado, sobre todo cuando los principales sospechosos eran... ¡la propia Livia y el mismísimo emperador Tiberio! Pero había que admitir que Livia era buena juzgando caracteres: si había algo que le gustaba a Corvino más que una buena copa de vino, era la emoción de un misterio por resolver (...)